jueves, 25 de octubre de 2012


 MONÓLOGOS


TODOS LOS LUNES SOBRE LAS 22H DE ESPAÑA A TRAVÉS DE LA UNIVERSAL RADIO, PODÉIS ESCUCHAR LOS MONÓLOGOS QUE ESCRIBO EN LA VOZ DE SOL TAME. AQUÍ LOS PODÉIS LEER, Y SI QUERÉIS ESCUCHARLOS PODÉIS ENTRAR EN EL ENLACE. 




http://launiversalradio.com/?p=19906


UN DÍA DE OTOÑO


Eres de los que piensan que es mejor levantarse todos los días con el pie derecho, ¡pero qué contrariedad! Hoy te levantaste con el pie izquierdo. No sabes si volverte a acostar y levantarte con el derecho, pero piensas…



“Bueno, esas son cosas que se dicen pero no tienen la menor importancia”.



Esperas que no te afecte en nada, sobre todo hoy que no te apetece salir de casa, pero no tienes más remedio por que tienes que ir a trabajar. Y encima es de esos días de otoño que amanece nublado, y las nubes están tan grises que parece que sea de noche y te entran unas ganas de volverte a acostar. Solo esperas que no llueva, por que te dejaste el coche en el taller para hacerle la revisión… Pero no quieres que eso te arruine el día, enciendes el ordenador para adelantar el trabajo que tienes que presentar hoy, y como todas las mañanas, te pones a escuchar La Universal Radio para que te anime y te alegre el día con su música.



En ese momento escuchas un sonoro trueno, y ves los relámpagos como caen unos tras otros, y más truenos… Uno cae tan cerca que te quedaste sin luz y encima te jodió el ordenador, y no sabes si te lo habrá estropeado. Te quedaste sin poder hacer el informe, sin poder escuchar música y encima te llama el jefe porque quiere verte en cuanto llegues a la oficina porque se ha adelantado la reunión.



Sales cagando leches y empieza a llover. Te toca subir a casa a coger el paraguas, pero no lo encuentras. La verdad es que no sabes si tienes, como siempre vas en coche hasta para comprar el periódico que está a la vuelta de la esquina… Ni te acuerdas la última vez que lo cogiste, hace tanto tiempo, que ni siquiera lo echas de menos, solo cuando lo necesitas es cuando lo echas en falta. Lo buscas, lo rebuscas, por los armarios, los cajones, remueves toda la casa, la pones patas arriba y ¡no lo
encuentras!



Ya desesperado te das por vencido, te vas a cambiar de chaqueta que está colgada en el perchero que tienes detrás de la puerta porque hace un frío del carajo, y ¡ahí está el jodío paraguas colgando del perchero!



“Joder, si hubiese cogido primero la chaqueta no habría revuelto toda la casa...”



Sales de nuevo a la calle con un retraso impresionante, y cada vez llueve con más fuerza y con más intensidad. Pero eso no es todo, ahora se mueve un aire que apenas te deja avanzar. Te mojas por todos los lados, con lo que te había costado encontrar el paraguas y ahora no te sirve de nada. Vas caminando como puedes por que la lluvia apenas te deja ver nada. Y vas pisando todos los charcos que encuentras por el camino. Los zapatos parecen barquitos llenos de agua. Y encima están esos coches que van a toda leche y charco que ven, charco que pillan, y a ti te deja empapado hasta los huesos. ¡Porque eso no era un charco, era una balsa!



Intentas controlarte y no gritar, ni desesperarte, porque estás en medio de la calle… pero te dan unas
ganas de volverte a casa, pero si lo haces el jefe te despide fijo. Aunque como aparezcas con esas pintas
¡lo mismo te dice que no vuelvas!



El paraguas vuelve a llamar tu atención, parece que el viento quiere quitártelo de las manos para que se vaya volando. Lo aguantas como puedes ¡pero se te puso del revés, todo para arriba! Ahora sí te estás empapando de lo lindo. Pareces todo lo contrario a Gene Kelly en la canción “Cantando bajo la lluvia”. Él estaba feliz y tú estás como para tirarte de los pelos, pero no puedes, porque en una mano tienes el paraguas y en la otra el maletín. Al bajarlo para intentar ponerlo bien, le cae toda el agua encima a una mujer que pasaba por allí y ésta empieza a gritarle mientras le golpea con el paraguas.



“¡Pero qué hace insensato, me ha mojado toda!”



“Señora, ¿qué quiere que haga? Hay cosas peores en la vida...



Después del apuro por el que has pasado intentas cerrarlo, pero no lo consigues, y decides deshacerte de él dejándolo enganchado a una farola. Pero no dura ni dos segundos, sale volando y ¡le golpea a un policía que está dirigiendo el tráfico! Qué casualidad… Intentas salir pitando de allí para que no te encuentre. Te refugias en un local comercial, y de paso aprovechas para comprarte ropa. Pero el policía empieza a preguntar a la gente...



“¿De quién es el paraguas?”



Y todos le indican en el local que te has metido. 

"¡Pero qué chivatos…!"



Estás perdido, las huellas de agua que has ido dejando te delatan. El agente cuando te ve, te empieza a recriminar tu actitud y encima te pone una multa. Era lo que te faltaba, con el retraso que llevas y ¡tienes que aguantar todo eso por un paraguas! Increíble…



Después de coger la ropa y pagarla, intentas meterla como puedes en el maletín para que no se moje. La gente te mira con una cara... Tienes que salir con la que está cayendo ¡y sin paraguas! Aunque la dependienta te ofreció uno, pero después de lo que te había pasado con el tuyo, preferiste seguir mojándote.



“Qué más da una mancha más de tigre, o una raya más de cebra”.



Nada más llegar al trabajo entraste en el cuarto de baño a cambiarte de ropa, por que secarla era imposible. Eso sí, el pelo intentaste secártelo con el secador de manos que había colgado en la pared, y soltaba un aire con un olor a chamusquina… ¡parecía que se estaba quemando algo! Y claro, que olía a quemado, se te estaba achicharrando el pelo que se te había quedado el flequillo enganchado dentro del secador y ¡casi te queda sin ellos!



Aunque se te quedó un mechón de pelo algo descolorido y a trasquilones, tenías que presentarte ante tu jefe. Éste al verte te encontró raro pero sólo te recriminó que hubieses tardado tanto tiempo en llegar, y te mandó inmediatamente a que le trajeras el informe.



Después de todo aún conservas el trabajo, pero ese día, no lo olvidarás fácilmente. Hay días así, tan difíciles y complicados de llevar… pero afortunadamente son pocos. Por eso, hay que disfrutar todo lo bueno que nos pase cada día para poder compensar esos momentos. Pero incluso en esos días, hay que intentar sacar una sonrisa.





http://launiversalradio.com/?p=19294


EL  DESCAPOTABLE

Llevas tiempo queriendo cambiar de coche, ya está viejo, la pintura se cae a pedazos, se estropea cada dos por tres, lo llevas al taller, te gastas un dineral ¡y a los pocos días está igual! Ya no tiene arreglo… y piensas…
“Con el dinero que te gastas en reparaciones te podrías comprar uno nuevo, o casi dos”.
Te repasas todas las revistas de coches, pero tienes dudas, no sabes cuál elegir, todoterreno, monovolumen, mini… Hasta que ves un anuncio en la tele que te deja boquiabierto… te gusta el precio, la forma, el color, la tapicería… es el coche ideal y encima te ayuda a ligar. Ves cómo las chicas se montan en el coche y se las lleva a pasear… ya te convenció.
A la mañana siguiente te levantas entusiasmado deseando acabar las horas de trabajo para ir a ver la oferta del coche. Te miras el reloj cada dos por tres, pero las horas se hacen larguísimas, parece que los minutos no pasan… te desesperas, pero no adelantas nada… Siempre estás ahí, pendiente del reloj, esto es peor que tener una cita, y… por fin se hizo la hora de salir. Coges el coche destartalado con una ilusión por querer que te lleve al concesionario, el último viaje que quieres que haga y va ¡y se para a mitad de camino! Será borde… ni que supiera que lo vas a cambiar por otro. A empujones consigues aparcarlo. Lo dejas ahí y te vas corriendo por que quieres llegar antes de que cierren.
Cuando llegas respiras hondo e intentas recomponerte antes de entrar. Ves el coche desde el cristal, te ha conquistado… Te diriges al vendedor y le explicas que quieres la oferta del coche que has visto en la tele. Pero qué sorpresa cuando escuchas la respuesta:
“Lo siento señor, esa oferta acabó ayer, si quiere el coche tendrá que pagar 5000€ más por él, pero sólo le incluye el aire acondicionado”.
“No puede ser, repites una y otra vez… no puede ser…”
Cuando reaccionas empiezas a patalear, te tiras de los pelos, bueno, de los dos o tres que tienes, ¡por que no te quedan, más! Y encima te los arrancaste y ¡te quedaste calvo!
El vendedor al verle tan desesperado, decide informarle de otro vehículo, un deportivo descapotable que está muy rebajado. Le explica las características del vehículo, el precio, lo tiene todo incluido, el climatizador, elevalunas… todo, pero eso sí, no tiene el espacio que el otro, este es mucho más reducido. Tanto, que en el maletero te coge justo la bufanda para que no te enfríes. Aun así, ya lo tiene medio convencido.
Le anima a que suba para que compruebe como se siente cuando se conduce un descapotable. Éste accede y aunque le cuesta un poco trabajo, encaja a la perfección. El vehículo por dentro le encanta, el volante, la tapicería de cuero, el salpicadero con las luces de colores… ¡qué monada!
Pero cuando se dispone a salir del vehículo, se da cuenta de que ¡no puede! Se ha encajado en el coche ¡y no hay forma humana de que salga!
El vendedor preocupado intenta agarrarlo de los sobaquillos, después de los hombros, como no salía intenta a ver si podía moverle las piernas. Le coge de los pies, pero cómo le cantaban los pinreles, subía un tufillo… pero cualquiera le decía nada en semejante situación.
En ese momento acudió el jefe para ver qué pasaba. Intenta ayudar agarrándole de la cabeza como no lo puede mover, le coge de las orejas, con el consiguiente grito del afectado…
“¡Aaaah, pero qué hace cogiéndome de las orejas, me las va a poner como soplillos!”
“Y qué quieres que haga, si no tienes pelo tendré que agarrarte de las orejas”.
Plegaron la capota a ver si así conseguían más espacio y podían sacarlo de allí, pero ni por esas… El jefe ya se enojó con su empleado:
“¡Pero cómo te atreves a meter a un armario ropero en este coche! Si el tío está más cuadrado que el marco de la foto y con lo alto que es, no ves que no entra… ¡No sabes que aquí solo cogen los finillos como tú!”
El vendedor ya sabía que después de aquello, le iba a echar, pero aun así, lo seguían intentando una y otra vez, pero sin resultados. Al final desistieron porque era imposible sacarlo de ahí, ¡parecía que estaba metido a presión!
Tenían que sacarlo sea como sea del coche, así que no tuvieron más remedio que llamar a los bomberos para ver si podían hacer algo. Cuando llegaron les entró la risa al verlo allí sentado, sin poder moverse… y éste se enojó y les dijo con cierta ironía…
“¿A qué habéis venido, es que me vais a sacar con la manguera?”
El jefe de bomberos respondió:
“No, con la manguera precisamente no, tendremos que coger la motosierra y cortar el volante desde el salpicadero para poder sacarlo de ahí”.
Al dueño del concesionario se le erizaron los pelos al oír aquello…
“¡Pero es que se han vuelto locos, ni se les ocurra hacer semejante cosa, este auto vale un dineral!”.
El bombero solo pudo asegurarle una cosa…
“No creo que lo venda con él dentro”.
Un cliente que había por allí, sugirió algo con cierto sarcasmo.
“Podría sacar los pies como los Picapiedra”.
Todos rieron menos el afectado que estaba echando humo hasta por las orejas. Al jefe de bomberos se le ocurrió otra cosa…
“Si no quiere que le cortemos el volante, tendremos que romperle los bajos del coche”.
“Bueno, eso es un mal menor, ahí no me opongo… lo soldamos como sea y listo. Aunque también podríamos hacer otra cosa, y si avisamos a una grúa para que el coche lo ponga bocabajo y le de sacudidas a ver si sale…”
“¡Acaso cree que soy una lata de longanizas!” gritó enojado.
El bombero ya no podía seguir aguantando la risa y soltó una sonora carcajada. Y cuando pudo le contestó:
“No creo que diera resultado, cortaremos los bajos…”
Pero surgió otro problema, no podían meterse porque apenas había un palmo del suelo al coche, así que tuvieron que avisar a la grúa y llevarlo al taller.
Durante el traslado era el centro de todas las miradas. Detrás de la grúa y el descapotable iban los bomberos, y después le seguía el dueño del concesionario que no se fiaba ni un pelo de los bomberos y quería estar presente para ver lo que hacían.
Ya en el taller empezaron a cortar los bajos y ¡por fin pudo salir! Con el suficiente enfado por las risas que se oían de los empleados del taller. Se marchó de allí sin decir ni una sola palabra. Se encontraba sin coche nuevo, y el viejo no sabía si tenía arreglo… pero después de todo lo que había pasado, no es que le importara demasiado.
Hay veces como que nos desubicamos un poco, tal vez por que queremos aparentar ser una persona que no somos. Hay cierta edad que para un deportivo como mucho, es para tenerlo guardado. Lo más probable que con ese coche antiguo fue uno de los que más ligó en toda su vida,








HABLAR  CON  LA  GENTE


Hay gente tan diversa, tan diferente en la forma de ser, y de hablar. Por supuesto, la que tenemos a nuestro alrededor, en nuestro entorno, tu padre, tu hermano, tu tío… Incluso las amistades que tenemos, en alguna ocasión cuando se dirigen a nosotros para entablar una conversación, necesitan agarrarte del brazo. Pero no te lo sueltan, ¡ni que fuera de ellos! En el momento que se emocionan con lo que están contando te empiezan a tironear de un lado a otro, y ¡aún te aprietan más!
En cambio hay otro tipo de personas que cuando hablan, no paran de darte pequeños golpecitos, en el hombro, en el brazo, en la espalda… Vamos, que te está dando una paliza y tú ahí quieto aguantando, hasta que ya acaba con tu paciencia y piensas, “éste no me vuelve a dar más…”
Cuando le ves venir das un paso hacia atrás y dices bien, ¡me he librado!
Pero con el impulso que lleva le tienes que agarrar porque ¡está a punto de darse una leche contra el suelo! Viene con tanta ganas de toquetear, que menos mal que le cogiste a tiempo…
En cambio, hay personas que no paran de hablar, parecen que les dan cuerda… Ni siquiera te dejan hablar, vas a decir algo y siguen conversando más alto, como si estuvieras sordo. Si es que cuando te pillan por banda no te sueltan, aunque les digas…
“Me voy, que tengo prisa… tengo que ir a casa, me dejé el pavo en el horno, el pollo se me está quemando y el perro se meó en la bañera”.
¡Te sigue hablando igual! Pero lo peor, es que no te hacen ni caso, ni siquiera te escuchan, van a la suya… siguen, y siguen… ¡y te ponen la cabeza como un bombo!
Intentas dar un paso a la derecha para que cuando se descuide, te lanzas y te marchas, pero ¡qué va! Él da dos pasos hacia delante para cortarte la salida y que ¡no te puedas marchar! Esto es increíble, pero cómo te acorrala… una persona que te habla, que te habla… Tu cerebro está saturado, ya no puede recopilar tanta información. ¡Sigues intentando escabullirte pero no puedes!
Entonces es cuando decides no prestar atención a lo que dice, le miras la cara para que se imagine que le estás escuchando, y piensas en tus cosas… Tengo que hacer esto, lo otro… hasta que escuchas de fondo…
“¿Y a ti qué te parece?”
Ahí no sabes qué hacer… se te queda una cara de idiota mirando la luna, “y ahora, ¿qué le digo yo?” y le respondes tímidamente, “bien…”
Y el otro con la cara desencajada pregunta:
“¿Pero cómo puedes pensar que hace bien?”
Ahí te das cuenta que metiste la pata hasta el fondo e intentas rectificar…
“No, si yo también opino como tú, está muy mal… sólo lo dije para ver la cara que ponías…”
Dices intentando que no se note demasiado que no le has prestado atención.
Aquel se te queda mirando enojado, se da media vuelta y se marcha, ¡por fin! Pero qué mal le sienta qué no le hagas caso…

De pronto te encuentras con un amigo que hace cuarenta años que no lo ves y le saludas.
“Hola ¿qué tal estás?”
Responde:
“Bien…”.
Insistes preguntando a ver si le sacas algo más…
“Tu mujer, y tus hijos ¿cómo están?”
Sigue respondiendo:
“Bien”.
Te das cuenta que todas las preguntas que le haces te contesta con monosílabos. Y si le haces más, ¡contestaría igual! Y piensas, el otro no había quien lo parara y éste, no me cuenta nada, al final le dices…
“Nos vemos en otro momento, me tengo que ir”
Y responde:
“Bueno”.
Y te quedas esperando que diga algo más, mientras sigues pensando…
“Pero que escueto, a éste hay que sacarle las palabras con sacacorchos, pero qué contrariedad con el otro, son el día y la noche. Lo que le sobra a uno le falta al otro. La próxima vez que me lo cruce le saludo y ya está”.
Aunque hay ciertas amistades que son las que hace tiempo que no sabes nada de ellos y estás totalmente desubicado. Te encuentras con uno y le preguntas:
“Hola, ¿qué tal? Cuánto tiempo ha pasado… ¿sigues disfrutando de la soltería?”
Y responde:
“No, me casé…”
Y tú que te alegras por él...
“¡Ah, qué bien! Estarás feliz…
“No, me divorcié hace dos años”.
Evitas preguntarle por ese tema, y saltas a otro.
“¿Y tu padre…?”
“Murió”.
Y piensas, va de mal en peor. Entonces se te ocurre preguntarle por el perro que tenía.
“¿Y aquel perrito lindo…?”
“Tuvo cáncer y también murió”.
“¡Joba, todo lo que le pregunto le traigo pena, y hasta se puso a llorar…! Pero ¿qué hago ahora?”
Le intentas cambiar el tema de nuevo…
“Qué lindo día hace…”
“Pero qué va a ser lindo si está lloviendo”.
Hay días así… todo lo que hablas se trastoca…
Aunque hay otra clase de gente que se pone a hablar tan cerca de ti que te asusta, ¡parece que te vaya a comer!
Pero lo peor no es eso, sino que cuando se dispone a hablar, tiene la ducha incorporada. Te salpica toda la cara, o cierras los ojos o te los nubla.
Y piensas, en cuanto llegue a casa me ducho, pero mientras tanto estás inmóvil, no sabes qué hacer. Esquivas las pequeñas gotitas que se le escapan y decides dar un paso hacia atrás para alejarte un poco, pero ¡qué va! Él da dos pasos hacia delante. ¡Ha sido peor todavía, ahora se ha acercado más! Ya no sabes con qué secarte, se te acabaron los clínex… y el que te queda ya lo tienes empapado.
Te agachas disimulando un poco para quitarte una pequeña arruga del pantalón y le salpica al de atrás, ¡que le mira con una cara de mala leche!
En ese momento te suena el móvil… ¡qué bien, la excusa perfecta para escapar del sifón de la ducha!
Después está esa gente que te encuentras para conversar, y te habla raro. Está el que se come las “eses”, el que se come las “be”, las “erres”, las “enes”, las “ce…” Hay gente que se come una sola, pero hay otras que se las come todas, no sabes si reírte o no… intentas disimular para que no se note… ya que no está bien reírse de las dificultades de los demás, pero hay algunas que resultan tan graciosas que no lo puedes evitar.
De pronto te encuentras con un andaluz que te habla y no le entiendes nada… Te pasas la primera hora intentando entender el dialecto. Lo mismo pasa con el argentino, el ecuatoriano, el peruano, el vasco, el gallego… o como el rumano, que se te pone a hablar creyendo que habla bien el español y no hay forma de entenderle…
Son situaciones muy comunes y dispares, en las que todos tenemos cabida. Y en la que nos hace pensar, ¿cuál es mi caso?











LOS ANUNCIOS DE LA TELE


Me encantan los anuncios, porque sale cada cosa por la tele, que resulta increíble. Hay uno en concreto que sale un genio calvito super musculoso que te limpia toda la casa en un santiamén. Bajas al supermercado y mientras haces la compra, miras a ver por ¡dónde leches está el producto! Cuando lo ves, te vas directa a por él, y cuando vuelves a casa ni colocas la compra, lo abres y dices…
“Mientras sale el calvito, voy a colocar la compra…”
Ya de regreso compruebas que no salió, le frotas un poquito a la botella como si fuera la “lámpara mágica” y te quedas esperando a que salga el genio de la limpieza… y ya puedes esperar sentado ¡porque no va a salir!
Desilusionada, te pones a limpiar y como lo hacen tan bien en la tele piensas, “acabaré enseguida porque es un buen producto” pero cuando terminas está todo opaco, mate… el brillo desapareció… y te preguntas:
“¿A dónde habrá ido?”
Decides aclararlo todo con un paño mojado en agua, y le sacas un lustre. Pero al acabar te vas dando cuenta que al secarse empiezan a salir unas rayas blancas que no sabes ¡qué leches hacen ahí! Vuelves a mojarlo de nuevo y coges otro paño para secarlo. Acabas reventada, estás molida, pero qué gusto da ver que el brillo, apareció de nuevo.
“Menos mal que se limpiaba rápido si llega a ser más lento, ni lo cuento”.
Algo parecido pasa con el mayordomo del algodón, siempre dice:
“El algodón no engaña”.
Pero qué delatador que es el jodío algodón…
Sin embargo, el mayordomo no limpia te aparece en tu casa cuando menos te lo esperas para pasar el algodón. Para comprobar si has limpiado bien, y ahí estás tú, limpia que te limpia, porque se puede presentar en cualquier momento con el dichoso algodoncito… porque como lo vea sucio ¡¡encima te lo hace limpiar de nuevo!! Y te recrimina que no limpiaste bien, pero tú tienes la excusa perfecta…
“Será el producto que no limpia bien”.
Hay otros anuncios en los que salen unas cocinas llenas de suciedad, de grasa, está todo hecho un asco… ¡pero qué hicieron para dejarlo así!
Pero no pasa nada, hacen fss… fss… con dos pulsaciones es suficiente, echan el líquido del spray en la esponja le da una pasada ¡¡y sale un brillo que deslumbra!!
Ya está, ya te ha convencido, ni el del genio calvito, ni el del mayordomo, me voy a comprar el del señor del traje que hace fss… fss… Bajas al super a comprarlo y lo pruebas en casa tal cual salió en la tele. Lo echas en la esponja para limpiar la cocina y… ¡sorpresa! Se queda pegada a la grasa y no hay forma de moverla, y piensas…
“¿Pero esto qué es desengrasante o pegamento? ¡Si mi cocina está más limpia que la que salió en la tele!”
Echas el spray directamente a la cocina para ver si así funciona mejor ¡y ni por esas se despega! Al final te toca coger el estropajo y empezar a restregar, como siempre…
Pero lo mejor son los productos para lavar la ropa. Con un cacito de líquido rosa se van todas las manchas. Estás escéptica por los anteriores resultados, pero aun así lo compras por si acaso funciona. Pones el pantalón que te manchaste de aceite del chorizo que te comiste en la casa de Antonio Rodríguez Antón. Pones el cacito en la lavadora y cuando acaba compruebas que las manchas siguen ahí, ¡no ha salido ni una!
Dices bueno, a lo mejor es que también tenía que echar el líquido directamente a la mancha… vuelves a meter la prenda de nuevo esperando que desaparezca, ¡pero no hay forma, siguen ahí! Pero cómo se te resisten…
Ya empiezas a cabrearte, le pones el líquido rosa, el quitamanchas, el antigrasa, y por que no tienes nada más que si no… Lo metes de vuelta en la lavadora mientras dices:
“Tiene que salir, sí o sí…”
Cuando acaba, no sabes si sacarla o dejarla dentro. La sacas muy despacio y… ¡bien, salieron las manchas! Pero a qué coste… se te descolorió la prenda… era un pantalón azul ¡pero quedó un lamparón!, no es que sacó la mancha ¡es que se comió el pedazo del pantalón!
Por eso, si no salen a la primera, ni a la segunda, mejor no lo intentes una tercera vez…



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